Normalmente salgo del trabajo a las 17, a veces, un poco antes o un poco después. Para llegar a mi cama, debo tomar dos autobuses, que luego de rodar hora y media, me dejan.. a una cuadra de casa. Me encuentro con 4 puertas en el camino, unas escaleras, algunas personas que me saludan y finalmente tengo un encuentro íntimo con... mi cama. A esa hora, los autobuses van medio vacíos, cuando estoy de buen humor, y medio llenos cuando una linda canción no se escucha en mi cabeza. Por lo que entre el trabajo y la cama, tengo casi dos horas para tararear como un pajarito mientras analizo cosas pendientes. Un ojo sueña mientras el otro está observando mi alrededor. Es díficil decidir cual hace qué, pero llegamos a un acuerdo, cada semana intercambian turnos. Al ojo izquierdo le gusta más estar soñando.
Camino hasta la parada, el sol deja mis ojos como dos líneas gruesas paralelas a mis labios, el bus me recoge, pago y me tambaleo por el angosto pasillo entre asiento y asiento, mis ojos ven uno vacío y me dirijo hasta ese. Las personas a esta hora entran en modo “automático”, todo lo hacen por inercia. Quizá tengan una cama tan buena como la mía y sólo quieren llegar a ella.
Por la cortesía de los choferes, la velocidad del bus hace que pierda el equilibrio y en el trayecto de estabilizarme golpeo con el codo a un señor mayor en la cabeza. Me disculpo, él dice que no es mi culpa y se queja de los choferes, mi cara expresa perdón y verguenza, conseguir una persona así acá, es ...bizarro.
Dos paradas más y el bus se llena cómo un perro nuevo en la granja infestada de pulgas. Miro a la multitud por pura curiosidad, y un chico de cabello alborotado, camisa gris, jean desteñido, converse, audífonos, sube entre ella, resaltando como un punto negro en la cabeza calva de mi papá.
Volteo mi rostro hacia la ventana y me sonrio. Suelo hacer eso. Comienzo a inventar historias en las que, curiosamente, hablo con él. El chico se sienta un asiento antes del mío. Empiezo a creer que los asientos libres a mi lado, están infestados de alguna horrible enfermedad, que sólo señoras de cabello blanco pueden superar.
Ese día, me veria con un amigo, bajé en el museo y... él también lo hizo. Esperé, miraba sin mirar, él salió del lugar con una chica... y yo con un chico.
Pasados los días, en la tarea diaria de volver a casa, tengo buena memoria y reconozco rostros, por lo que observo un chico de cabello alborotado, escuchando música, que se sentó a mi lado. Mi corazón se desboca como el de una niña de 5 años viendo a Barney en la vida real. Me acomodo, se acomoda, lo miro, me mira, y sólo allí puedo notar los ojos grises que tiene. Este chico si que era gris, pero no de la manera triste en la que uno se imagina. Aunque... creo que sus ojos me dejaron guindada a ellos por alrededor de unos minutos, pues el chico desvió la mirada.
Nos bajamos en el mismo lugar. Y por cuestiones de la vida, el subió al autobus que estaba frente al mío. Vi sus ojos por las siguientes 3 calles... hasta que lo perdí de vista. Era un hecho, todos los días teniamos una cita imprevista. A las 17 horas de cada día, lo veía subir, mirarme y bajar. Muchas veces pensé en bajarme y seguirlo, pero mis pensamientos acosadores no hacian mover a mis piernas.
Un día nublado, no lo vi, y pasó lo mismo en los siguientes días. Ese punto brillante no ha brillado más cerca de mí, trato de salir a la hora acordada por.. los choferes. Pero ya él no viene. Nuestra cita de cada día se volvió la monotonía de siempre, en donde sólo quiero volver a mi cama, pero ahora tengo otro motivo... soñar con ojos grises.
Hoy vuelvo a subir, saludo a Pedro, el chofer, pago y me siento, unas paradas después sube más gente, un chico lindo de cabello claro se sienta cerca de mí, y mi historia cambia de personaje... de nuevo.
El autobus de las 17 ; 26/01/11
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